Javier poco menos que arrastra a Federica por los pasillos, que son un laberinto incomprensible. Mientras él corría y corría, más y más rápido, Federica iba a los tropiezos con sus zapatos ya que era muy incómodos y sus cordones parecía que hacían lo imposible por permanecer atados.
─¡Javier, me estás dejando sin aliento. Esperá un poco! le grita Fede
─No me digas que ya te cansaste, no te creo. Falta poco. Bueno, está bien. Descansamos un poquito.
Se apoyan contra la pared y Federica vuelve a atarse los cordones. Javier le aprieta el brazo.
─Dale, vamos. Estamos cerca-
Inesperadamente Javier dobla a la izquierda y entra en otro pasillo muy angosto y mal iluminado. En ese momento Federica se da cuenta que perdió a Javier. Los pasillos son angostos, oscuros y mal ventilados. Hay puertas que supone son de camarotes que han de estar abarrotados de pasajeros, como los que vio en la cocina. A veces se escuchan risas o gritos; un llanto de mujer o de bebé. No es el lugar que uno elegiría para vivir.
Federica recuerda que Javier le dejó instrucciones para llegar a su destino en caso de que se perdiera.
Con ayuda del mapa que está colgado en la pared, encuentra el camino que debe recorrer Federica para llegar a su destino.
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